los suicidios
“Porque busco suicidarme, me estigmatizan; porque me estigmatizan, más busco suicidarme; porque más busco suicidarme...” Esta espiral mortífera es la que procura cortar la Organización Mundial de la Salud (OMS), que llamó a “terminar con el estigma que sufren las personas con trastornos mentales o con comportamiento suicida”. En el mundo, las tasas de suicidio aumentaron un 60 por ciento en los últimos 45 años. En la Argentina, en especial el suicidio adolescente aumentó un ciento por ciento en los últimos 20 años. Profesionales del Ministerio de Salud y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) destacaron que “los familiares, los amigos, los compañeros pueden detectar cuando alguien está triste, se aísla, su comportamiento cambió y tal vez haya expresado que ‘para qué vivir...’”. Pero “no se trata de salir corriendo a buscar ayuda sino de sentarse con la persona y hablar de qué le está pasando”. Es que “cuando en la familia, en la escuela, en el trabajo se ocupan de la persona, la disminución del riesgo es más segura y definitiva”.
La OMS eligió un nuevo lema para abordar la cuestión: “El estigma: una barrera importante para la prevención del suicidio”. Carissa Etienne, directora de la OPS, advirtió que “debemos cambiar las actitudes de la sociedad para que las personas en riesgo o sus familias no sientan temor, vergüenza o discriminación”, lo cual “podría salvar miles de vidas”. La entidad advirtió que “muchos profesionales de la salud se sienten incómodos tratando a personas con ideas de suicidio o enfermedades mentales, a menudo tienen actitudes negativas sobre este tipo de pacientes”, lo cual redunda en una “falta de acceso a la atención adecuada”, que a su vez “es uno de los factores que aumentan el estigma”. La entidad señala que “cambiar tales actitudes requiere un esfuerzo a largo plazo para modificar valores culturales de la comunidad y para mejorar la tarea de los trabajadores de la salud”.
Según los datos de OPS, “casi un millón de personas en el mundo mueren por suicidio cada año”, siendo que “20 personas intentan suicidarse por cada una que lo consigue”. En particular, “más de 60 mil personas se suicidan cada año en las Américas”, donde “el suicidio ocupa el tercer lugar entre las causas de mortalidad entre los 10 y 24 años”. “La mortalidad por suicidio es cuatro veces mayor en los hombres que en las mujeres”, y “en los últimos 45 años, las tasas de suicidio han aumentado un 60 por ciento a nivel mundial”.
Jorge Rodríguez, jefe de la Unidad de Salud Mental de OPS, explicó a este diario que “la cuestión del estigma va más allá de la conducta suicida, ya que rodea a la enfermedad mental como tal, bajo la idea de que el ‘loco’ debe ser aislado en manicomios. En el caso de la depresión, que puede conducir al suicidio, se la estigmatiza al considerarla un problema ‘moral’, que pudiera depender de la voluntad de la persona: estos prejuicios, que suelen estar impregnados por una concepción religiosa del suicidio como pecado, llevan a rechazos en los planos social y laboral”.
“Lo más importante en la prevención suele ser detectar tempranamente el peligro, antes de que se haya llegado a la conducta suicida: se trata de identificar las señales o las condiciones de riesgo. Hay una creencia errónea de que el suicida no va a anunciar su acto, siendo que, al revés, la mayoría de los suicidas envían señales previas que, de haber sido correctamente interpretadas, hubieran alertado a la familia, la comunidad, el sistema de salud”, agregó el especialista de OPS.
Julián Zapatel –asesor del Ministerio de Salud de la Nación para este tema– señaló “un temor infundado: que hablarle a alguien de la posibilidad de ideas de suicidio pueda generarle la ocurrencia de suicidarse, cuando es al revés: a la persona en situación de riesgo suicida le produce alivio poder hablar de lo que le pasa”.
–¿Quiénes pueden advertir ese riesgo? ¿Cómo detectarlo?
–Ante todo –contestó Rodríguez–, el entorno inmediato de la personapotencialmente suicida: la familia. Pero también el segundo círculo de sus relaciones: los compañeros de estudio o de trabajo, los amigos más o menos cercanos, los vecinos; todos vivimos rodeados por círculos concéntricos de relaciones interpersonales. Esas personas pueden captar que alguien está deprimido, triste, que ha cambiado su forma de ser, que no quiere comer, no duerme bien, se aísla, se comporta de manera extraña y que tal vez haya expresado alguna vez, aunque no se le prestó atención, que “para qué vivir” o incluso su intención de morir. Es frecuente que estas personas recurran al alcohol o a drogas. Los grupos más vulnerables se ubican en los extremos de la vida: la adolescencia y la ancianidad.
“Claro que no se trata sólo de detectar los signos –agregó Rodríguez–: al detectarlos, antes que salir corriendo a buscar ayuda, será muy bueno sentarse con la persona en esas condiciones y hablar, preguntarle qué le está pasando. Muchas veces, el soporte del entorno es suficiente para cambiar la situación: la presencia de la familia, el maestro, el grupo de amigos, son muy importantes, antes de que se haga necesario buscar ayuda profesional. Claro que, llegado este caso, es importante que el sector público cuente con capacidad de respuesta, ante todo en las ‘salitas’ de atención primaria.” Zapatel, por su parte, precisó que en la Argentina “luego de que el profesional de atención primaria toma un primer contacto con la situación de riesgo, puede efectuar la derivación a los servicios específicos de salud mental”.
En la Argentina, “en 2011, la tasa de suicidios fue de 7,3 muertes por cada 100 mil personas –según los últimos datos aportados por el Ministerio de Salud–. En 1997, había sido de 6,3, y el pico más alto se presentó en 2003, con 8,7, posiblemente a consecuencia de la crisis económica y social iniciada en 2001”.
Jorge Rodríguez, jefe de la Unidad de Salud Mental de OPS, explicó a este diario que “la cuestión del estigma va más allá de la conducta suicida, ya que rodea a la enfermedad mental como tal, bajo la idea de que el ‘loco’ debe ser aislado en manicomios. En el caso de la depresión, que puede conducir al suicidio, se la estigmatiza al considerarla un problema ‘moral’, que pudiera depender de la voluntad de la persona: estos prejuicios, que suelen estar impregnados por una concepción religiosa del suicidio como pecado, llevan a rechazos en los planos social y laboral”.
“Lo más importante en la prevención suele ser detectar tempranamente el peligro, antes de que se haya llegado a la conducta suicida: se trata de identificar las señales o las condiciones de riesgo. Hay una creencia errónea de que el suicida no va a anunciar su acto, siendo que, al revés, la mayoría de los suicidas envían señales previas que, de haber sido correctamente interpretadas, hubieran alertado a la familia, la comunidad, el sistema de salud”, agregó el especialista de OPS.
Julián Zapatel –asesor del Ministerio de Salud de la Nación para este tema– señaló “un temor infundado: que hablarle a alguien de la posibilidad de ideas de suicidio pueda generarle la ocurrencia de suicidarse, cuando es al revés: a la persona en situación de riesgo suicida le produce alivio poder hablar de lo que le pasa”.
–¿Quiénes pueden advertir ese riesgo? ¿Cómo detectarlo?
–Ante todo –contestó Rodríguez–, el entorno inmediato de la persona potencialmente suicida: la familia. Pero también el segundo círculo de sus relaciones: los compañeros de estudio o de trabajo, los amigos más o menos cercanos, los vecinos; todos vivimos rodeados por círculos concéntricos de relaciones interpersonales. Esas personas pueden captar que alguien está deprimido, triste, que ha cambiado su forma de ser, que no quiere comer, no duerme bien, se aísla, se comporta de manera extraña y que tal vez haya expresado alguna vez, aunque no se le prestó atención, que “para qué vivir” o incluso su intención de morir. Es frecuente que estas personas recurran al alcohol o a drogas. Los grupos más vulnerables se ubican en los extremos de la vida: la adolescencia y la ancianidad.
“Claro que no se trata sólo de detectar los signos –agregó Rodríguez–: al detectarlos, antes que salir corriendo a buscar ayuda, será muy bueno sentarse con la persona en esas condiciones y hablar, preguntarle qué le está pasando. Muchas veces, el soporte del entorno es suficiente para cambiar la situación: la presencia de la familia, el maestro, el grupo de amigos, son muy importantes, antes de que se haga necesario buscar ayuda profesional. Claro que, llegado este caso, es importante que el sector público cuente con capacidad de respuesta, ante todo en las ‘salitas’ de atención primaria.” Zapatel, por su parte, precisó que en la Argentina “luego de que el profesional de atención primaria toma un primer contacto con la situación de riesgo, puede efectuar la derivación a los servicios específicos de salud mental”.
En la Argentina, “en 2011, la tasa de suicidios fue de 7,3 muertes por cada 100 mil personas –según los últimos datos aportados por el Ministerio de Salud–. En 1997, había sido de 6,3, y el pico más alto se presentó en 2003, con 8,7, posiblemente a consecuencia de la crisis económica y social iniciada en 2001”.
Morir adolescente
Y el problema se agudiza entre los más jóvenes: “Desde los primeros años de la década de 1990 hasta la actualidad, la mortalidad por suicidios en adolescentes creció más del ciento por ciento en la Argentina”: así lo señala el trabajo “Lineamientos para la atención del intento de suicidio en adolescentes”, elaborado por el Ministerio de Salud de la Nación y adoptado ya por varias provincias. “Las muertes por suicidio en la adolescencia han aumentado en prácticamente todas las provincias. Las más afectadas en el último trienio son Neuquén, Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Salta y Jujuy”. Y “ésta no es una característica aislada de nuestro país sino que ocurre lo mismo en otros países de la región y del mundo”, advierte el documento.
El texto señala que, en todos los casos, el adolescente tiene derecho a “la confidencialidad de la información” y que, para todo tratamiento, “en cuanto su estado de conciencia lo permita, deberá obtenerse el consentimiento informado del propio adolescente”.
Carlos Martínez, uno de los autores del documento del Ministerio de Salud –y referente del Programa de Intervención en Crisis y Rehabilitación Psicosocial de la provincia de Santa Cruz–, comentó que “no debe patologizarse la ideación suicida, que puede afectar a cualquier persona en situación de crisis; se realimenta cuando el sujeto es dejado de lado por su familia, o, si es un escolar, cuando padece el bullying, el desprecio de sus compañeros; si es un empleado, cuando es víctima de mobbing, acoso laboral; o cuando sufre una estigmatización social que lo deje fuera de los círculos y las redes. Entonces, la primera y principal medida es reforzar, sostener o crear el lazo social: propiciar que el sujeto quede ligado a su familia, sus redes, su contexto, su historia, sus afectos, su cultura”.
La ideación suicida “debe distinguirse de las autolesiones deliberadas como cortes y quemaduras, que a veces se producen en adolescentes y que se refieren a un efecto ‘de descarga’, según lo dicen ellos mismos: un dolor físico que alivia el dolor psíquico. Estas autolesiones no necesariamente implican riesgo suicida”, observó Martínez, y destacó que “a la ideación suicida se puede responder muy bien desde lo comunitario: cuando la escuela u otras instituciones de la comunidad se ocupan de la persona, el proceso de disminución del riesgo de suicidio es más eficaz y definitivo; suele efectivizarse en un plazo de 90 a 180 días, tal como lo indican instrumentos específicos de testeo”.
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